Contra viento y marea

Reportaje

Las inundaciones que durante años azotaron el campo del Real Club Deportivo Gara, club centenario de la isla de Tenerife, han provocado su traslado a las afueras de la ciudad, un golpe de suerte para la gentrificación dominante en los centros urbanos europeos.

Lo que las macrourbes ya predijeron en décadas pretéritas, con el paradigma de los barrios estratificados en la isla de Manhattan, se aprecia ahora en prácticamente la totalidad de las ciudades y también en algunos pueblos. El préstamo ‘gentrificación’ (del inglés gentry: ‘alta burguesía, pequeña aristocracia, familia bien o gente de bien’) hace tiempo que dejó de sonar raro y ha entrado en nuestro vocabulario -aunque de momento no en la RAE- al tiempo que sus efectos golpean la vida de los -habitantes de los- centros urbanos de medio mundo. Prueba de ello es el traslado de los vecinos de barrios céntricos hacia las periferias para dejar paso a tiendas multinacionales, pisos para alquiler vacacional y boutiques de lujo para el uso y disfrute de millonarios y turistas, todo ello potenciado por unos medios publicitarios que venden el producto con mano diestra, como prueba el hecho de que Lavapiés fuera elegido -por la revista de ocio Time Out- barrio más ‘cool’ del mundo 2018. Toda una declaración de intenciones.

Como el fútbol es intrínseco a la vida, no vive ajeno a este fenómeno. Es más, los grandes -y no tan grandes- clubes sacan tajada de esta mercantilización de los centros urbanos para vender sus posesiones y autoexiliarse en la periferia, olvidando por el camino las raíces que los situaron en sus barrios primigenios en pos del beneficio económico, desarraigo local en aras de la expansión globalizada del soccer business. El fútbol moderno -como la vida actual- tiene más de capital que de fútbol, y la afición -y la sociedad- es quien sufre este juego de sombras que envuelve a los pelotazos urbanísticos de fuera y dentro del mundo del fútbol. Sonados son los casos de la capital madrileña, con un Atlético que ha abandonado recientemente la ribera del Manzanares y un Real Madrid que hace tiempo capitalizó la venta de su ciudad deportiva aunque aún pueble las orillas de la Castellana. En 2019, Mastercard, uno de los patrocinadores eternos de la UEFA Champions League, publicaba un artículo junto a la University Campus of Football Business que vaticinaba la creación de los futuros estadios de fútbol en las periferias, con un alto coste público-privado y cuya presencia ayudase a levantar el negocio inmobiliario de la zona elegida, algo que ya puede verse a día de hoy.

Este fenómeno no es algo exclusivo de la élite futbolística mundial, sino que afecta a diferentes ámbitos, con la única salvedad de moverse en esferas económicas distintas pero siguiendo el mismo modus operandi. Este es el caso del Real Club Deportivo Gara, un club que en 2012 celebraba su centenario con la consecución del título real y con la visita del C.D. Tenerife a Garachico, municipio enclavado en el noroeste de la isla tinerfeña que toma nombre del pequeño islote que reposa frente a su costa. La ciudad, que apenas cuenta con cinco mil habitantes, destaca por su encanto y su orografía, que encaja al pueblo entre las sierras y la costa. A menos de diez metros de la orilla, mirando frente a frente al islote, se emplaza el Campo Municipal de Garachico en el que la afición vio jugar al primer equipo del Gara hasta 2015 -año en el que desapareció el equipo senior, cuya mejor clasificación histórica fue un vigésimo puesto de Tercera División alcanzado en la temporada 1993/1994-, y a sus categorías inferiores hasta finales de 2018, cuando un temporal arrasó la ciudad y también el estadio del Gara. Este hecho fue el detonante para que Ayuntamiento y Cabildo de Tenerife -que financió el proyecto de creación del nuevo estadio con 400.000 euros- decidieran cambiar césped por alquitrán con el traslado del campo a las afueras, entre las pedanías de Las Cruces y San Pedro.

Hoy, el Campo Municipal de Garachico da lugar a un aparcamiento para descongestionar las calles de la ciudad de las visitas turísticas que alimentan en gran medida su economía. Como un cadáver del que aún resiste el esqueleto, el campo mantiene luces y paredes, taquillas y vestuarios, homenaje al legado que un club humilde pero centenario forjó a orillas del Atlántico con el Roque de Garachico como testigo de excepción de sus gestas locales.

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Reportaje publicado en Revista Líbero

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